Signos IoT, empresa CEEIARAGON, colabora en la iniciativa CoviBlock, un proyecto de investigación y asistencia técnica para definir el concepto de ‘zonas de bajo riesgo de contagio de la covid-19’ lanzado por el Instituto de Investigación Sanitaria Aragón (IIS Aragón).
La hora del vermú, cuando más clientes se reúnen en el interior de un bar, se refleja claramente como un pico en la gráfica que registra cuánto CO2 se concentra en el ambiente. Un dato que puede convertirse en una pauta: es el momento de intensificar la ventilación para rebajar el riesgo de contagio de covid-19. Para ello hay que medir y actuar. Y aquí es dónde entra Signos IoT, empresa de reciente creación, liderada por Jorge Avila y dedicada la monitorización de activos: crea sus propios productos, los implanta, conecta, mantiene y entrega los datos. Signos IoT utiliza nuevas tecnologías para los dispositivos y consigue un gran ahorro en el coste de los mismos.
Dos establecimientos hosteleros de Zaragoza están ya participando en la iniciativa CoviBlock del IIS Aragón. «Por mucho que hagamos, las zonas libres de contagio del SARS-CoV-2 o ‘covid-free’ no existen, pero sí que podemos ayudar a crear zonas de menor riesgo de transmisión de la enfermedad», señala Juan José Alba. Esta es la idea en torno a la que ha surgido CoviBlock. Alba, investigador de la Universidad de Zaragoza, es uno de sus coordinadores, junto a Marta Baselga, investigadora en el IIS Aragón, y Alberto Jiménez Schuhmacher, investigador Araid en este mismo instituto. Dos ingenieros y un bioquímico a los que se suman otros profesionales, tanto del ámbito de la ingeniería como sanitarios. Jiménez Schuhmacher destaca «la sinergia que surge entre cerebros entrenados de maneras muy diferentes». Además de Signos IoT, colaboran las empresas Imbisport y Sonvital.
El proyecto está orientado a todo tipo de establecimientos con restricciones, como bares, restaurantes, centros sanitarios, establecimientos comerciales y medios de transporte. La idea, explica Baselga, es «implementar medidas preventivas en función de cada local. El cómo es muy importante». No es lo mismo una tienda pequeña que un restaurante con mucho aforo. Por eso hay que empezar caracterizando cada espacio concreto para decidir cuántos sensores de CO2 se deben instalar y dónde conviene hacerlo para que realmente midan si el ambiente está suficientemente ventilado o, por el contrario, se concentra demasiado aire exhalado por las personas que comparten ese espacio interior –aire en el podrían flotar aerosoles infecciosos–. Jiménez apunta que es clave no ubicar el sensor «junto a fuentes de CO2 como el grifo de cerveza o una cocina de gas». Las condiciones climatológicas también influyen.
El bar-restaurante Hechizo, en Valdespartera, ya tiene instalados tres sensores para controlar en todo momento su nivel de CO2.
Los registros obtenidos se monitorizan remotamente por investigadores del IIS Aragón. «Si, en algún momento, se observa que la lectura no es adecuada, se informa al establecimiento para que procedan a una ventilación más exhaustiva o una redistribución o reducción puntual de aforo, con el fin de disminuir el riesgo de contagio», señala Alba. El ingeniero indica que «monitorizar es útil para que hagan lo justo, lo adecuado, para que no abran de par de en par una tienda si no es necesario». «La palabra es optimizar», resume Baselga refiriéndose a las medidas.
Así, a raíz de los informes preliminares, ya hay establecimientos que han cambiado sus rutinas: «Han visto que si dejan el local ventilado al cerrar por la tarde, ventilar intensamente antes de abrir por la mañana no es necesario y solo les deja el local helado; conocer los datos les ayuda a establecer unas pautas de ventilación más eficientes sin restar confort, así tienen el local caliente y pueden ventilar cuando realmente sea necesario», relata Jiménez.
Para Alba, ya que en Aragón tenemos a otros profesionales trabajando en esto, «otro objetivo es coordinar recursos tecnológicos; podríamos estandarizar procedimientos, protocolos, que tengamos un método».
En esta primera fase de despegue del proyecto, han visitado colegios, bares, restaurantes…, valorado su situación particular y comenzado a monitorizar de forma desinteresada. Posteriormente, si un establecimiento quisiera desplegar medidas concretas, habría un coste de personal, aparatos, comunicaciones… «Por ejemplo, a un local pequeñito que solo necesitara un medidor de CO2 le costaría unos 250 euros, más un pequeño coste mensual en concepto de comunicaciones y seguimiento, que no sería mayor que una suscripción a Netflix», estima Alba.
Interés y desconocimiento
En las reuniones que han mantenido con colectivos de comerciantes, hosteleros, del sector del transporte y Administraciones públicas, constatan que hay «una inquietud grande, la gente quiere hacerlo bien, y también un desconocimiento muy grande; les hablas de distancia social, mascarillas, lavarse las manos, medir el CO2… y se pierden, piensan ‘si pongo un filtro, ya no ventilo’, hay que hacer una labor pedagógica importante para conseguir que la gente entienda el problema», indica Alba. Está previsto impartir formación a medida a las personas o instituciones interesadas.
La motivación es, para Juan José Alba, muy clara: «Es obligación de todos, más si soy un establecimiento público, velar por la seguridad de mis clientes y de mi personal; y para el ciudadano que se sube a un autobús o un tranvía o entra en una tienda o un bar, es una tranquilidad saber que se está en un ambiente de bajo riesgo».